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  • Foto del escritorCristián Ritalin León

"Verte"

La lluvia apuñeteaba furiosa el pálido ventanal de su ventana. Desde afuera, congelado en éxtasis, sudando lágrimas de nube a cien metros de un suelo etéreo, colgaba en el aire puro y magnífico de noche santiaguina. La luz de su pieza correteaba por mi cara movediza. Levitante. Más de una vez vi sus ojos cafés posarse en mi cabello mojado, seguir los contornos de mis alas y perderse luego en la realidad del edificio atras mío. No me veía, en realidad. Ni ella, ni nadie. La música tronó de la nada y se perdió entre mis manos, que inútiles intentaban asirse de la melodía. No podía tocar ni su música. Ni sus canciones. Mi aura fulguraba energía invisible en tu nada. En mi todo. Lo siguiente que recuerdo fue haber vagado por entre las cortinas, sentir el placentero desgarro de la tela en mis ojos, el suave murmullo de la seda entre mis piernas, entre mis manos. Mis manos. Mis manos rozaron tu cabello oscuro, flotaron por entre tus ropas danzantes y gritaron tu nombre en una conspicua tensión enfermiza. Yo era la nada que vagaba por tu pieza en forma de fantasma suspirante. Yo, el agónico ser que no podía decir nada simplemente porque ya no era. Porque ya no existía. Si hubiese estado ahí, una lágrima hubiese mojado tus labios tersos, por tu barbilla aún irritada por mis besos. Por mi amor. Mi mano se posó (No lo hizo. Rozó el aire que curiosamente sentía tan vivo, tan cerca y, sin embargo, tan… nimio.), danzando como una paloma agónica por tu rostro ajeno a mis lamentos. Ajeno a mí , la amarga espuma vaporosa que gritaba el silencio desesperado por mi no-ser. Mi sentir irreal desgarraba mi garganta, ya sangrante por el dolor. Dolor. Extraña palabra para mí. Para mí, sobre todo ahora. De pronto, oí tu nombre entre los rayos azules de la música (Sí, podía ver cada nota. Cada azulosa, fragante y grácil nota que emanaba de todos lados para acariciarte, pura y bella, ajena a mi sufrimiento, y perderse luego entre la lluvia de una ciudad dormida. Tu ciudad. Nuestra ciudad.). Tu nombre me golpeteó las sienes hasta hacerme caer a tus pies. Pies de aire, que caminaron sobre mi nada. Te vi levantar el fono y hablar. Pude ver las notas de tu voz siendo lanzadas en todas direcciones. Primitivas. Sublimes.

Y reí. Reí mientras desaparecía sumido en la nada más absoluta, llevándote como un dulce recuerdo de lo que fue mi vida. Entre rayos de plata, te vi lanzar un grito desgarrado. Vi tus ojos chorreando lágrimas. Tus manos encrespadas desgarrando la madera de tu velador. Te vi luego, ya cansado de ser, gritar mi nombre y preguntarte por qué. Por qué a mí… A mí, el mismo que lanzaba su mano transparente ya casi hecha recuerdo, intentando asir nuestro último momento juntos. Y desaparecí. Desaparecí como un suspiro lanzado desde un balcón rodeado de lágrimas de nube. No alcancé a empuñar tu último adiós, pero supe que me quisiste tanto como yo te quise. ¿Por qué a mí?.. No sé. En un momento, cuando llegue a hablar con Él, voy a preguntarle. Te lo prometo.

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