Luego de una tarde post sushi (pa variar), sentado en un bergiere demasiado cómodo como para después de un opíparo lunch de viernes, me mantuve de 2 a 5 con ese sentimiento de espía del marketing que sólo un Focus Group te puede dar. Tras el vidrio antireflejo, un grupo de pendex discutía sobre las bebidas cola mientras yo sorbeteaba un agua mineral oyéndolos en la penumbra. 6 horas más tarde, era yo el que discutía de las bebidas cola con mis amigos mientras Sebastián nos miraba desde la ventana que da a la terraza, aguantando el sueño con estoica rulancia (dícese de sus rulos) y mamadera en mano. Pechocho mío. Afuera, entre blablás y pepsilights, un minuto de silencio dio cabida a que alguien, pizza en mano, atinara a contar un chiste. ?!… ¡Contar un chiste!… Hace mil años que no veía a alguien que no fuera Dino Gordillo o Alvaro Salas contar un chiste. Así, en vivo. Sin @ ni RE: de por medio. Pero ese fue el puntapié inicial. Trabajando las adormiladas neuronas, intenté recordar algún chiste, de esos que no se mandan. De los que se cuentan. Salieron varios, pero el sentimiento de desenpolve fue heavy. ¿Por qué será que la gente ya no cuenta chistes? De no ser por il pappo de la Romi (su tata, ese que fue marino mercante y boxeador, así que tiene más historias que Pedro Urdemales), son pocas las personas que siguen con la tradición. ¿será Internet, que nos los hace llegar más fácil? ¿Será que realmente se están acabando?… Nah, no creo. No sé. Sólo puedo decir que fue bueno volver a recordar; a pararse y mover brazos y manos, imitando voces y haciendo reír fuera de una sala de reuniones. Me recordó una de las razones por las que soy publicista. Porque me encanta contar chistes. La diferencia, claro, es que ahora los míos terminan con un slogan y sobreimpresión. Así que esta vez les voy a pedir que, además de un comentario, escriban su chiste de batalla. Ese que contaban siempre e iba aseguradísimo. El mío, es finillo pero infalible. Y capaz que se vea hasta fome escrito. Porque este no se manda. Se cuenta. Acá va:
Un curadito entra a una micro y, mirando fijo a los pasajeros, grita:
“Todas las que están a esta lado de la micro son unas viejas Conchxxxdre!!!….
Y-y las q-que están de este otro lado, son ¡hip! unas viejas culxxxxàs”.
Ofendidísima, una señora se levanta y le grita: ¡¡Disculpeme, pero yo no soy ninguna vieja cuxxxxiá”.
“Entonces cámbiate de lado, poh, vieja conchxxxxdre!!!!”
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