Escucho el último disco de Marciano…
y me parece que, usando términos de sommeliere, tiene un maridaje perfecto con el día. Un chill out continuo que rima completamente con este día entre tongoy y los vilos. Entre nublado y con sol. Entre otoño añejo y primavera recién estrenada. Ayer, cortando camino hacia Lyon por la calle Tranquila, la primavera me pegó con su aroma a Camelias en plena cara. Casco abierto, brisa tibia y un sol que todavía no se escondía del todo. La mejor forma de terminar un día que partió con mucho trabajo, tuvo su break en la Piccola al celebrar el almuerzo del Perro Plástico (un redactor de mi grupo tan freak como su apodo) y que al final me dejó con gusto a poco, pese a que sacamos una campaña re buena para EFE. Ando ansioso. Más de lo normal. Se me hace poco el tiempo para todo. En mi velador se arruman las últimas dos Fibra, que leo casi a dos bandas, intercalando con los libros que estoy leyendo, las películas que quiero ver y los avisos que se me ocurren en los lugares más imprevistos. Siempre sin lápiz ni papel a la mano, obvio. Mientras, en la oficina, me pasa lo mismo con el trabajo. Y es que estamos con un director de arte menos (Richi, que ya se fue) y la Yorka, que cual fantasma en pena está pero no está. No sé ni para qué viene, si no ayuda en nada, llega tardísimo y se va muy temprano. Así que estoy como en el limbo, en medio de un otoño que no quiere acabarse y una primavera demasiado tímida como para tomar en cuenta; con una dupla que casi no lo es, con un departamento que se siente demasiado grande para mi solo y una semana que tiene sabor a entretiempo. A pausa obligada. Uf. Estoy pensando seriamente en cambiar mi nombre a Ravotril.
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