Después de las pizzas y sandwiches noctámbulos en la agencia, por licitaciones y pegas varias. Después de esos largos y plácidos almuerzos en la parcela con la insuperable Pana Cotta de la Romi. Y de los cheesburgers, 3Musketeers, tacos y helados italianos de San Francisco y L.A. Después de una semana entera en el Meliá Patagonia, con salidas a comer con flashbacks de jabalí, machas a la parmesana, pizzas, Montes Alpha y mariscos al por mayor, y una salida el miércoles en un catamarán con una mensa enorme con 16 tipos de kuchenes, kuntsmans heladitas y vinos ricos (hasta los coffee breaks eran con kuchenes y juguitos de frambuesa)… Después de los picoteos de viernes, las Küntsman de media semana, los domingos en casa de mis viejos y un movimiento mandibular que da como para cuatro posteos completos… me miré al espejo fijamente y me hice un parelé. No more, my chubby friend: es tiempo de abrir el closet, desempolvar el bolsito de gimnasio y apretar re-shape. Así que para celebrar, obvio, hoy fue mi último despelote gastronómico con H&C, la Romi y los niños en el depto de la playa: Llevamos una botella de buen vino, cocinamos pastas con camarones, y terminamos el domingo frente al mar fotografiando los “antes”. No voy a ir al Lemu a probar su sushi+martinis nights. Ni voy a volverme loco con los camarones que pensaba comer en Quito. Y a olvidarse de la Muzzarela del Rivoli. Y blá. Blá. Blá. Se acabó. Hasta que me saque las fotos del “después”. Así de simple.
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