Esta semana, como les comenté, partí más empilado de lo habitual. Debe ser porque las pegas que se vienen son entretenidas. O porque finalmente fui al nutricionista para sacarme esta molesta guata que ando acarreando hace un tiempillo… O, seguro-seguro, porque ayer partí con un evento de esos que te dan pila para seguir hasta el viernes. Fuga, de Pablo Larraín. El mismo director con el que partí una semana al Valle del Elqui para filmar Campanario. El mismo Crew; el mismo músico. La misma productora. Así que imaginense el orgullo de llegar a Las Terrazas de Mall plaza anoche a las 21.00 y toparme con pura gente conocida detrás de este enorme proyecto del que hace rato que venía escuchando buenos comentarios. Claro, contando además la cantidad gigante de directores, publicistas, músicos y socialités conocidas que, entre kir royales, quesitos y canapés de salmón, amenizaron el mejor estreno de la temporada, so far.
Y eso si que es algo. Con lo reticente que soy a ver cine nacional (léase los bodrios de Olguín, léase la fofa Fiebre del Loco y los inmamables somníferos de Caiozzi), ver una película con tal nivel de actuación, producción, puesta en escena y música… Uf. Casi me sacó lágrimas. “Fuga” es lo que promete y más. Muchísimo más. Porque con esto se acaba el típico “para ser chilena es buena”. Fuga juega sola. Es buena. Punto. La impecable actuación de Vicuña, una figuraza como Gastón Pauls (genio en “Nueve Reinas”, la mejor película argentina que he visto)
y la increíble música creada por Juan Cristóbal Meza, hace que esta película se levante, se pare y salte solita. El cóctel fue cuento aparte. Cual matrimonio. Entre la Julita Astaburuaga, Mary Rose, Leppe y Pampita, el surrealismo fiesteril estuvo cargado de golpeteos en la espalda, aplausos, música –Juan Cristóbal interpretó la banda sonora junto a la orquesta de la UDD- y sonrisas. Sonrisas por este nuevo cine chileno que se ve venir… Y que empezó a esbozarse con Promedio Rojo y Play… pero que, señores, ya está aquí. Confirmado. Así que sólo me queda decir… ¡Grande, Pablo! Un porotazo para el cine chileno. Por fin.
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