Hay semanas en que pasa de todo. En que tienes mil panoramas y mil cosas que hacer y te sientes hiper-conectado con tu vida y con tu pega y hasta con tu perro y sonríes de la nada misma. De puro feliz de estar en tus propios zapatos. Otras semanas, como esta, parecen partir el mismo viernes y se ven venir tan largas y lánguidas como el día que se volvió otoño de zopetón (notarán mi eterna mención del clima como causa de mi estado mental). Esta semana es de esas en que un segundo parece dos y el único propósito de llegar a viernes es, justamente, llegar a viernes. Así que ayer, para exorcizar la semana que se viene con licitación y cachos varios, llegué al departamento y le pedí a Sebastián que me acompañara a comprar un par de telas para pintar. El problema es que también me quiso acompañar a pintar y terminó más colorín de lo que es. Osea, con el pelo con mechones rojo “bermellón”. Plop. De ahí les muestro como está quedando el cuadro (que para ver como quedó Sebastián prefiero hacerme el loco). … Así que esta semana va a ser semana de pintura. Y de salir a comer: el mièrcoles es la despedida de Richi. Y de la Yorka, por añadidura (porque ella nunca pescó así que nadie pescó de vuelta), así que algo que sea. Es lo que hay. Mikado. Pinturas. Pelo rojo. Llegar a viernes. Eso. Blá.
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