Y se acabó el viernes. El último día de mi veinteañez.
Y como tal, ya asumiendo que mi fiesta era la próxima semana, acepté la invitación que horas antes –comiendo sushi en la azotea y tomando algo del esquivo sol que nos tocó-, me había hecho my buen amigo H para pasar de los 20`s a los 30`s con un asado ahí mismo. Algo relajado; sólo los 4.
Así que a las 9 pm figuraba yo subiendo la parrilla de H a la azotea, con la Romi y H pisándome los talones… cuando veo que las mesas de arriba estaban demasiado llenas y demasiado decoradas.
No alcancé a reaccionar. Un ¡SORPRESA! tronó delante de mí, y se perdió por el cielo del piso 18, cuando todos mis parientes y amigos aparecieron delante de la piscina, con copas en la mano haciendo un salud.
Wow.
¡WOW!
….
Wow.
Una vez más, la Romi se las mandó. Y como nunca. Se las ingenió para que no me lo esperara para nada –“organizando” una supuesta fiesta para la próxima semana, con llamadas de confirmación y todo. El resultado, una fiesta armada en la azotea del lugar más ondero que conozco, con piscina, casi todos mis amigos y conocidos, picoteo increíble, música… ¡¡y hasta los regalos!!, tan bien dateados que ya no sé qué pedir para navidad.
Increíble, mi señora. In-cre-íble, para armar una fiesta así de gigante con dos críos bajo el brazo y sin dejar de tener todo funcionando perfecto.
Tanto así, que para que yo no notara nada anduvo matuteando con una amiga, cosa que ni en la cuenta corriente se notara la sorpresa.
Todo perfecto. La torta exquisita. Los regalos increíbles.
Pero lejos lejos lejos, el mejor regalo de mi cumpleaños No.30, fue ella misma. Porque más allá del lugar, y la preparación, la comida, los amigos… su tiempo y dedicación fueron la muestra de amor más grande que he visto.
Y fue para mi.
Gracias, amor.
Gracias.
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