Estoy convencido de que tengo algo de ese “Síndrome de Peter Pan”…. ¿o es normal que el día del niño lo pase mejor que mi hijo?…
Con un día primaveral a cuestas, y luego de jugar con Sebastián y sus regalos del día del niño (un superman de 25 cms. onda de colección que yo lo hubiera querido para mi -regalo de nosotros- y el batman de la película, regalo de sus tías), partimos a las 12.00 al siempre grato y obligado teatro infantil dominguero, que esta vez se había trasladado a la plaza ñuñoa. Globos, malabaristas, aroma a algodón de dulce y primavera; gritos, risas, muchos niños… Y la obra El gato con Botas. Y sí, les confieso que el que más se reía era yo. ¡Es que la puesta en escena era simplemente genial! Un tipo que tocaba acordeón, trompeta y saxo y hacía la música incidental; otro encargado de los efectos especiales (como el clásico pito de pajaritos cuando alguien se pegaba) hacia las veces de narrador. Y además, claro, los actores: el gato, el dueño del gato, el rey… ¡y un escenario de títeres! Cada vez que la narración lo ameritaba, los personajes se iban detrás del escenario, y se convertían en títeres, con sus mismas voces y todo. Luego, a las 13.00 en punto, el también clásico Burger King. Mi última comida chatarra hasta el verano, según prometí. Y de ahí, escuchando Miranda! y cantando con Sebastián a todo volumen por Kennedy, llegamos al Bulevard de Parque Arauco a ver “Charlie y la Fábrica de Chocolates”, mientras la Romi iba a la peluquería. Grande, Burton. La película está buenísima. Y, aunque sentí que el guión guateó a veces -comparado con la original, claro-, la contraparte de verle la cara a Sebastián y escucharle decir “está muy guena, papá!” a cada rato, zapateó sobre el crítico que llevo dentro y me dejó más que conforme. A la salida, cantaba el grupo Zapallo (buenas canciones pero pernísima puesta en escena), así que nos quedamos escuchándolos y jugando hasta que la Romi terminó su makeover… terminando en casa de mis viejos tomando té con milkshake de chocolate, tarta de manzanas y helado. Lo pasé tan bien, que creo que comprobé mi teoría: A los 28 años, sigo siendo un niño.
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