En la época de la post publicidad, la post verdad y todos los neologismos cool que tanto nos gusta usar, la única máxima absoluta (al menos a mi modo de ver; es mi blog, oye) es la del todo vale. Todos los medios, quiero decir. Hoy la marca no es “on” u “off”. Y sorry por el discurso 2009, pero al parecer ese mantra se repite pero no se practica. Con agencias que ven solo lo digital (what?!!) de una marca, y otra agencia -con otra mirada y otra agenda- viendo lo “off”. ¡Para la misma marca! Es como que de este lado de la tienda lo maneje un administrador, y este otro, otra persona. Una marca. Una mirada. Un foco. No importa el medio, no importa el formato. Eso, es diseño de experiencia. Seamless. En inglés. Sin costuras. Perfecto. Liso como espejo de agua. Que la forma en como te recibe el vendedor, se condiga con la vitrina. Y la filosofía interna. Y el empaque. Y el discurso de la fiesta de fin de año de la empresa.
Pero diseñar una experiencia de marca no es fácil. Es ir contra la corriente del status quo y la mediocridad. Del “para qué cambiarlo si funciona”. Es sistémico. Es profundo. Y requiere un diseño proactivo, consciente. Es la mentalidad del nuevo coach que llega al equipo de futbol. O del nuevo gerente de marketing. Y no requiere que estés llegando. La mentalidad de “esto se va a ordenar de una puta vez” puede partir hoy mismo. Pero tiene que tener una mirada obsesiva con que, finalmente, todo (¡todo!) comunica. Desde cuánto le pagas a tus empleados y si reciclas o no, hasta el texto legal de tu aviso.
Diseñar o rediseñar la la experiencia de tu marca es un Sudoku. Una partida de ajedrez. Caminar en el hielo. Dar pasos específicos, conscientes. Inhalar y exhalar a conciencia. No importa si antes caminabas sin pensar. Desde ahora, al menos hasta que esa cadencia se vuelva la que quieres realmente tener, debe ser obsesivamente consciente.
De muestra, un botonazo que me encontré en Linkedin:
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