Me aburrió el temita, oye. Hace rato. Y, ya, comenté lo que pienso hace un tiempo y… Y nada. Que qué rico que se murió Pinochet. Sí, que rico. Y no porque lo odie ni porque lo ame. Simplemente porque, por fin, vamos a dejar de hablar de lo que pasó hace 30 años. Algo que la famosa Ley -en democracia y todo- no fue nunca jamás capaz de solucionar, y que hizo que la Concertación completa se pegara sus eternos cantinflazos y no hiciera ni dijera nada, llenándose la boca con los detenidos y la dictadura y blá. Flashback a una conversación con la tía de mi señora -secretaria DC e izquierdista hasta las patas: un día conversábamos sobre lo mal que estaba la corrupción y lo turbio que era Lagos con su MOP-Gate… y ¡zas!, que ella se pone roja y empieza a alegar por Pinochet y que los derechos humanos y que si es por comparar… ¡NO! No es por comparar. No hay que comparar. Boli, no vale. Peras con manzanas. 30 años de diferencia; ¿democracia?… ¿le suena, oiga?
Pero esto se acabó, señores. (Léase con la voz del difunto). Gústele a quien le gústele y gústele a quien le gústele, se murió el caballero. Y, espero, también se murió buen parte del tema. Así que ahora los quiero ver. Ya. Partieron. Se acabó el recreo. A trabajar, mierda, que de tanto mirar para atrás ni se dieron cuenta el tremendo Iceberg que tenemos al frente. A remar. Que llevamos 30 años peleando; y por lo mismo casi nadie está votando. Porque se quedaron pegados. Pero a ver qué pasa ahora, pues. Ahora que se les despegó la pata y hay que empezar a caminar. A ver a donde vamos a llegar. Orale, entonces.
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