Andaba medio ido. Medio rabioso. Medio enojón. Medio saltón. Andaba pelotudo entero. Menos mal que me sonó la alarma. Solito. Antes que nada. Antes de volverme un energúmeno y empezar a odiarme a mi mismo. Así que, sin que nadie me dijera nada, me miré los zapatos, respiré hondo y decidí volver a hacerlo: Luego de casi 4 años, me saqué los zapatos, me senté, apagué la radio y la tele y la luz… y me puse a meditar.
Flashback: Cuando chico tuve un sensei de Judo que aprendió todo lo que sabía en Japón. Un sensei de verdad. De esos de mirada calmada, brazo pesado y fraseo de libro. Zen. De él aprendí a hacerlo. A calmarme; a respirar hondo y sentir como toda mi energía se canaliza, reencauzándola otra vez. Todos los días, por años, medité cada noche. ¿Qué hice hoy? ¿Qué quiero de mi?… Un golpecito al volante que siempre me sirvió para sentirme bien y relajado. Pero. Siempre hay un pero.
Flashback 2: Hace unos 4 años, cuando vivía en un departamento especialmente “cargado” (y créanme que siempre fui el primero en usar la palabra estupidez cuando escuchaba algo así, pero es cierto: el departamento tenía muy malas vibras. Tanto que una misma semana se me echó a perder el auto, la moto, el microondas y el playstation. Plop). En esos días, por alguna extraña razón que me niego a llamar coincidencia, dejé de meditar para siempre. Hasta el domingo. Este domingo. Cuando apagué la luz, cerré la puerta y me senté en el suelo como antes. La espalda muy derecha, la respiración controlada. La mente abierta, para dejar escapar todos los ruidos que no me dejaban pensar.
¿Le han hecho alineación a su auto? Es lo mismo. Es sentir que ahora sí andas bien. El viejo amargado que me estaba apretando la cara se fue, y dejé de sentir el stress y la rabia de nada. Meditar, para algunos, puede sonar a hippies vestidos de blanco o tipos de cabeza rapada con olor a incienso… Pero no. Meditar es simplemente cerrarte al mundo y a los diez mil estímulos a los que te somete la tele y la radio y el auto y la calle… Y darte un rato para verte a ti mismo. Para mirarte al espejo y decirte, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?
Estoy convencido que el mundo sería más tranquilo y más alegre si todos nos dieramos todos los días esos diez o quince minutos para pensar en nosotros mismos. Para ponerle pausa a la vida y “alinear nuestros autos”. Para andar derechito a donde queremos ir sin andar pegando bocinazos.
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