Fue mi séptima vez en Buenos Aires. Y esta vez, obvio, aproveché de ir con la Romi. Es raro Baires sin ella. Es como si hubiera establecido que Buenos Aires tiene que ser con ella. La última vez que fui, de hecho, vine solo. Y fue rarísimo. Pero esta vez no. Como teníamos un workshop regional de lunes a miércoles y andaba con puntos Lanpass, aprovechamos de irnos el sábado, quedarnos en el depto de Grego en Palermo y disfrutar de la ciudad más europea de América. Mi Buenos Aires querido. No vayan para comprar, ni para encontrar gangas. Buenos Aires hace rato que se volvió tanto o más caro que Chile. Hasta los libros se están volviendo caros. Pero si quieren recorrer calles antiguas, maravillarse en cada restorán por su look y su comida. Si quieren ver gente onderísima con pintas onderísimas y quedarse pegados conversando con esta extraña mezcla de taxistas, cientistas y filósofos… Tienen que ir. De todas maneras. De hecho me agradó más haber ido con dos creativos de la agencia que nunca habían ido, que el sólo hecho de ir por ir a Baires. Viendolo desde sus ojos, recorriendo las calles que ya me conozco de memoria y disfrutando de un buen Malbec en un restorancito por ahí, me di cuenta que buena parte de la textura de Buenos Aires está en compartir esta ciudad exquisita. Y que quizás por eso para mi Buenos Aires se recorre de la mano de mi señora. Entre risas y miradas pegadas en los detalles. Las baldosas de una calle. El árbol que aparece entre unas casas. El logotipo de un bar. Es una ciudad tan increíble, que tienes que tener a alguien al lado para comentarla.
La noche de Las Cañitas. Las cafeterías de Florida. Los restoranes de Puerto Madero y el olor a libro añejo de Corrientes. Los árboles en la Recoleta y los paseos de noche por las calles anchas de Mi Buenos Aires Querido.
Hasta la proxima será, entonces, che. Hasta la próxima.
Esta la sacó Visófono, en Palermo. Lunes.
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