Sábado, 10 am. El agua hasta la cintura. Sintiendo los pies como dos bloques de hielo y viendo un río en donde antes había un patio, cuidando de pisar bien para no caer en la piscina de 2 metros oculta en algún lugar entre las ramas y el agua color chocolate… Chago, el hermano de mi mamá, compró su casa hace menos de 4 meses. Una casa preciosa al lado del colegio de La Salle. Una casa que, en menos de dos horas de lluvia, vio volar las ventanas por la fuerza del agua. Todo el primer piso con casi un metro de agua. El refrigerador flotando. Los muebles heredados de la familia destrozados. Y yo, llegando a las 9 am con mi viejo, confiado de que mi buzo de snowboard y unas bolsas en los pies iban a ayudarme. Las bolsas me duraron 3 pasos. El famoso traje impermeable se me volvió una capa de tela helada sobre las piernas mientras intentaba llegar a la entrada -con el portón echado abajo con la fuerza del agua-afirmándome de la pared del colegio para poder seguir caminando. Horrible. Sin palabras. ¿Cómo puede estar tan mal diseñado Santiago, que colapse de esta forma?!… No había nada que hacer. No había forma de parar este río enorme en que se había convertido la casa. Muebles, computadores, refrigerador, biclicletas, colchones, televisores. Todo flotando. Todo frío. Todo en medio de un ruido ensordecedor. Y la casa aledaña había sido comprada por el cuñado de mi tío hace ¡tres semanas!, y él estaba dando un curso en Punta Arenas mientras su señora y sus cinco hijos miraban esto y no lo podían creer. Yo tampoco. Ni los bomberos. Ni el tipo que estacionó su auto fuera de la casa y vio desaparecer las ruedas, luego las luces, luego los retrovisores. Pocas veces me he sentido tan inútil. Mis primos y tíos, obviamente, no querían irse. El agua era tan poderosa que era imposible cambiarle el curso. Y era tan fría, que en algún momento tuve miedo de no poder volver a salir, o caerme y sufrir hipotermia. ¿El epílogo? Lo que salió en las noticias. Toda la zona hecha un desastre. El estacionamiento del Unimarc, chiste nacional, nuevamente colapsado totalmente… Y esperar. Sólo esperar, dando gracias por vivir en departamento y recordando que las torres de cristal de Vitacura y los pasoniveles supersónicos no son Santiago. Santiago era el que estaba bajo el agua mientras nosotros lo mirábamos ahogarse.
top of page
Buscar
bottom of page
Comments