No sé, oiga. Échele la culpa al fogueo de la semana pasada, al frío o al resfrío de todos en el depto. Pero este finde, ando flojo como nunca. Osea, igual he hecho cosas: el viernes fue el cumpleaños de mi tío francés. Y pasar por allá siempre es un agrado: o vienen llegando de algún lugar increíble -esta vez, de una invitación de Electrolux en Italia, que incluyó chofer en Jaguar (¿!!), invitación a los restoranes más top de la zona y recorridos varios-, o tienen puesto algún cuadro nuevo de algún artista emergente que no te puedes creer. Todo al son de Costes o Buddha Bar -comprado, of course, en Costes o en Buddha Bar, anécdotas incluídas-, y una comida que no te imaginas. Estuvo bueno. Además me sirvió para anotar datos nuevos para Baires -Piegari y Museo Renault la llevan-, mira que nos vamos el viernes y no veo la hora de hacer fast forward hasta el jueves en la tarde. La Guía Oleo ha sido mi segunda bibliografía.
Pero se me fue a la cresta mi tema. Luego de llevar a Sebastián al teatro (y repetirme a Pimpón, menos mal que andaba con un juego nuevo en el celular) y encargar comida china, no encontré nada mejor que encender el scaldasonno y acostarme otra vez para seguir leyendo Harry Potter and the Deadly Hollows. Lejos el mejor de la saga. Hasta ahora, al menos.
Así que el Ritalín se volvió Ravotril. Mañana Sebastián vuelve al colegio, afuera hace un frío de mierda y el Nico sigue con Virus Sinsicial -menos mal que se le está pasando, que si no cagó el viaje-. Así que aprovechando el calor de hogar. A mango. Eso sería, pueh. Cambio y fuera.
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