¿Qué puede hacer un pelado como yo en una peluquería?… Carreteando, peh. Que qué? A ver; un poco de historia: La Peluquería Francesa está emplazada en Compañía esquina Libertad desde los 1860`. Un edificio añoso, que exuda tiempo, historia… y, desde hace un rato, estilo. Harto estilo. Y es que detracito de la PF se emplaza el Bulevard Lavaud. Un bar-restorán medio liguriento; ecléctico. Estiloso como un bar francés; clásico como una picada. Suntuosos sillones antiguos -entre los cuales no es raro ver una silla de peluquería, a modo de sofá-, techos altos, carteles del ochocientos colgando de las paredes, y un soundtrack de chill out que te salta al 2006 copa en mano. Un mito urbano. Que ayer, para el cumpleaños del Pollo, terminé por conocer. Y aluciné. Sentado en un sofá como de los que tiene mi abuela, leyendo la carta -que más parecía un suplemento de The Clinic, genial- mientras conversábamos entre luces vaporosas y vinos exquisitos (el sommelier que diseñó la carta es de la Vinoteca; no me despegué del J. Bouchon que servían en copa) me prometí volver. Y luego! No comí nada aparte de los pancitos y el paté de hígado que ponían de cortesía, pero la carta se veía bien buena. Y nada de cara. Corte al clásico “japiberdei”, con torta y todo… y de ahí, al Túnel. La segunda patita de la celebración de mi dupla: harto bajo, harto ron, harto dancing. Hasta las 3.30 am. Así que imaginense la carita con la que ando. Así que, permisillo, que voy a tomar desayuno: empezó la fonda McCann y las empanadas y chicha me esperan. Dicen que son buenas para la caña.
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