El viernes no sólo fue el final de dos semanas completas trasnochando y pensando y rayando hojas y mirando el techo, con los sesos fundidos. También era mi aniversario. Así que comprenderán mi agotamiento. Dos meses haciendo dos pegas; dos semanas con todas las cuentas activadas, trabajando hasta las 2 am y comiendo sushi en una sala de reuniones en lugar de ver a mis hijos y mi señora; con todas los ejecutivos arañándote la espalda con un reloj en la mano. Un reloj de apenas 24 horas cuyo tic-tac iba cada vez más rápido… Hasta que terminó todo. Por fin. El big bang regresivo que llegó con una presentación de 3 horas en la mañana, y otra de 4 horas en la tarde. Salí de la última presentación como un zombie. Atontado. Tanto, que mi cabeza se dio el lujo de hacer tilt por ratos y olvidar guiones y una que otra norma básica de presentación. Uf. A las 8 pm, la frustración dio paso al alivio: mientras las luces de mi moto iluminaban la salida del estacionamiento y se perfilaban hacia mi depto, respiré más tranquilo. Se acabó la semana. Así que aceleré y me dirigí al pedazo de vida que tenía en pausa. Big time: Mi 5to. Aniversario había partido hace rato y todo lo que había podido hacer era enviarle a la Romi 5 rosas rojas, compradas por internet. Así que me saqué el casco y la pega de encima al unísono. Me duché, me afeité, me puse mi mejor pinta, cambié las 2 ruedas por 4… y partimos a celebrar al infalible Sibaritas de Bellavista. Tenía que ponerme al día. Tenía que hacer que el reloj volviera a tener 60 tic-tacs por segundo. Y lo logré. O mejor dicho lo logró ella. Mi esposa por 5 años. La única mujer que es capaz de sacarme todas las neuras con un cariñito en la oreja y un beso en la mejilla. Gracias, amore mio. Gracias por estos 5 años… y por recordarme por enésima vez por qué me casé contigo.
Soundtrack: “She”, versión de Charles Aznavour.
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